martes, 24 de noviembre de 2020

Desalojo


El hombre gritaba enfurecido al grupo de Policía Local que custodiaba el recinto, a pie de la edificación, donde varios operarios instalan planchas de acero en los bajos del esqueleto que les servía de "hogar" para evitar la entrada de cualquiera. Arriba, en las dos plantas, se ve la ropa tendida y los paneles de mantas que servían de cuartitos para diferenciar las estancias.

 

Una pala retro continuaba recogiendo escombros y basuras en los aledaños y depositándola en un camión. Debajo del puente de la autovía, cuatro jóvenes subsaharianos pasaban la tarde observando al irritado que continuaba con su letanía mientras preparaba una olla de comida bajo un fuego de maderas de palets. Encabronado, su tono se volvía más agresivo mientras les miraba fijamente acusándolos de dejarlos tirados en la calle, que eso no pasaba ni en Roma ni en Francia, que dónde iban a dormir, dónde se refugiarían... Nadie le respondía.


 Más allá, tras el puente, otro grupo se arremolinaba en una fogata en silencio. Otro corro de personas, este de parroquianos, está atendiendo a los migrantes. Esperan la llegada de comida para repartirla pues a las cuatro de la tarde, y tras el día agotador que llevan, todavía no han probado bocado. Julia me cuenta por encima como ha ido la operación, que sobre las nueve de la mañana han aparecido conjuntamente la Policía Nacional y la Policía Local y han comenzado a sacar gente, sin más. Eso sí, alguien ya advirtió el sábado y el lunes que hoy era el día, que prepararan sus pertenencias que el martes había que salir del local. Uno de los policías me confirma las advertencias reglamentarias y que el operativo se ha llevado a cabo con una orden del juzgado de turno y la presencia del secretario del juzgado. Todo en regla.


Más de sesenta personas en la calle en plena pandemia. No tienen nada. Nadie, ninguna institución municipal ni regional les ha ofrecido alguna alternativa para, siquiera, poder pasar las noches de este otoño, un sitio para asearse o dormir. Nada. Nadie cuidará de ellos salvo esa gente solidaria que les acompaña ahora, en estos momentos previos a la caída del sol cuando comienza a bajar la temperatura y no hay un techo bajo el que refugiarse.  Solo los subsaharianos de debajo del puente cuentan con un colchón.

Textos: José L. Ramos Romero

Fotos: jch

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