Dentro de la hermandad “Humedales del Levante”, jornadas que incluyen a la Albufera valenciana, al parque de Doñana y al Mar Menor, Ecologistas en Acción Murcia organizó un viaje al Parque Nacional de Doñana para conocer de primera mano el desajuste medioambiental de las marismas, espacios prácticamente desecados sin apenas rastros de agua, consecuencia del desvío de los cauces naturales de agua de entrada al ecosistema y de la extracción desmedida del acuífero, fuente primaria del agua del Parque. Para la ocasión viajaron a Doñana los biólogos Pedro Luengo, portavoz y coordinador de Ecologistas en Acción de la Región de Murcia, y Natalia Llorente (EeA Murcia), la responsable de Internacional Nuria Blázquez (EeA España), una de las promotoras de la ILP Mar Menor y Alianza Mar Menor (AMARME) Teresa Conesa (Banderas Negras), y otros activistas murcianos entre los que me encontraba yo. La actividad de estos días fue conocer in situ la realidad del parque natural más señero de España y uno de los humedales más importantes de Europa.
Para ello contamos con la participación de Juan Romero, de Ecologistas en Acción Huelva, activista legendario dentro de la defensa del ecosistema onubense, que lleva décadas denunciando las graves amenazas que constriñen al parque natural, dígase las carreteras, las urbanizaciones periféricas o las explotaciones gasísticas, pero la principal de todas ellas sería la falta de agua por la sobreexplotación del acuífero y el crecimiento desordenado de la agricultura intensiva, la piedra angular del desastre ecológico que está secando Doñana ante los ojos de moradores y visitantes.
La visita obligada fue la mañana del miércoles, el paseo por Disneyland, turistas dentro de un vehículo singular recorriendo el interior del Parque Natural en busca del lince, un espacio protegido por el que tú no puedes caminar libremente pero que es permitida, durante unos días señalaítos, a la masa místico-festiva en su peregrinaje a la ermita de El Rocío. El paisaje es hermoso en su magnitud: arena y sequía como en el Sáhara; algunos caballos sueltos, gamos y se acabó. No hay pájaros en las hectáreas de llanuras secas, ni recuerdo de ave alguna. Un antiguo poblado reconstruido para entretenimiento del visitante, unos paseos por la duna arenosa y vuelta por la playa, de treinta y dos kilómetros de longitud a la que se puede acceder libremente, andando o en bicicleta, aunque solo los pescadores de coquinas pueden faenar en la orilla, y los propietarios de las escasas cabañas al borde de la playa que deben vivir ahí, al menos, nueve meses al año (no sé cómo lo harán vistas las ¿viviendas?).
La playa de Matalascañas
A la tarde, después del correspondiente almuerzo en "La Guindilla" y del paseo -de obligado cumplimiento- por el poblado de El Rocío (con el consiguiente saludo a la Blanca Paloma en su residencia oficial), Juan Romero y su compañera Rosa nos adentraron en la realidad del Parque y nos llevaron a la otra frontera, al preparque, a la frontera con Cádiz, donde se hallan las grandes plantaciones de arrozales y campos de algodón, hectáreas hasta donde se pierde la vista sembradas de verde grano flanqueadas por cauces de agua, "el agua del sobrante del riego que va a parar al Guadalquivir", que se desecha porque los propietarios utilizan el agua dulce del acuífero que extraen con bombas y pozos, y que es acumulada en grandes balsas para su posterior uso en el riego. Una de ellas, situada en un camino comarcal que tuvo que ser abierto por la Guardia Civil tras el cerrajón dado por los terratenientes propietarios, es de 120 ha (eso es la superficie; no sabemos el fondo de la misma: adivinad cuántos hm3 puede contener...).
Estábamos en una encrucijada de caminos y parcelas sembradas de arroz, con canales entremedio a reventar de agua, un espectáculo milagroso, diría yo, pero que Juan lo explicó con detalle. Y comenzó relatando los hechos, que comienzan a finales de los ochenta, con la derivación del río Guadalmar a la parte de los arrozales, cortando el agua de entrada natural a las marismas de Doñana para cederla al riego. Luego, las ampliaciones y el uso descontrolado de pozos y balsas para las plantaciones de arroz, algodón y de la nueva variedad: los frutos rojos, dígase fresas y arándanos. Como era de esperar en estas fechas, las primeras aves de la temporada que llegaron a Doñana se encontraron sin pizca de agua en su hábitat natural, así que han tenido que desplazarse a los arrozales donde están desprotegidas, con rapaces y otros enemigos, entre los que se encuentra el hombre, que las recibe a cartuchazo limpio sin mediar palabra.
El campamento de "los nadie"
Tras la visita al campamento, al que no nos acercamos por precaución, y del que vimos el corte del fuego del anterior incendio que se quedó a menos de doscientos metros del "poblado", pudimos ver las nuevas instalaciones que la Junta prepara para una planta de vegetales, otro espacio arrancado a las marismas para la experimentación, y también las grandes superficies quemadas de eucaliptos y pinos que posteriormente serán nuevas hectáreas de frutos rojos. Las escorrentías que discurren por sus laterales van secas, sin gota de agua, mientras que las bombas siguen llenando pozos para el riego.
Tras la comida de hermandad, con un espectacular arroz caldoso de marisco servido en el restaurante "el Ancla del Lepero" (Mazagón, Huelva), nos dirigimos hacia Huelva, al Aula de la Naturaleza del Parque Moret, donde tendrían lugar sendas conferencias entorno al Mar Menor y a Doñana. En una sala preparada para el evento, y con una asistencia plena que llenó la estancia, Pedro Luengo explicó a los asistentes la problemática de la contaminación del Mar Menor y la nueva ley de Protección de La Laguna. Por su parte, Juan Romero hizo una breve disertación sobre el tema agua y la sobreexplotación del acuífero de Doñana, leyes y promesas de gobiernos y autoridades que siguen sin cumplirse en un entorno frágil que sigue moribundo ante los ojos de propios y extraños.
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